viernes, 10 de mayo de 2013

Cuentos breves... 2




2/Avaricia

“El dorado”.

 

Quería más, ansiaba más. Aquel individuo ya más cerca de veterano que de joven soñaba con regodearse en la fortuna.

Era rico. Rico a rabiar. Pero su incansable alma necesitaba más de lo que podía obtener.

Cada vez que conseguía algunas monedas nuevas, su cabeza ya había empezado a maquinar algo para obtener el doble.

 

Su cabeza, su magnífica cabeza se desperdiciaba para encontrar la manera de alcanzar una fortuna infinita, aquel cerebro podría haber sido utilizado para algo mejor que para eso; pero al igual que don Quijote con los libros de caballería, él estaba obsesionado con el dinero.

 Un día lo vio; era su sueño: la mayor fortuna que jamás había existido, deslizándose por sus anoréxicas manos. Ese ser había empleado su vida enterrándose en la más profunda usura, para luego ascender a las cumbres multimillonarias más altas de los tiempos que corrían.

 

Pero quería más, su cabeza y alma le decían que tenía que encontrar “el dorado” para alcanzar su felicidad eterna. Él les hizo caso.

Durante su trayectoria acumuló todo tipo de enemigos; jamás encontró el amor, ni tampoco perdió ni un segundo de su tiempo en buscarlo. Realmente su corazón estaba vacío, y lo intentaba llenar con monedas doradas, todas las que pudiera para acabar con ese hueco en su interior.

Llegó aquel trágico día, la suerte lo había acompañado todo el tiempo que vivió, colmándolo de más y más monedas, pero aquel martes lo dejó solo.

La noche anterior, como si de un sueño premonitorio se tratase, se imaginó a sí mismo descansando sobre un enorme montón de monedas.

Al día siguiente, decidió sacar toda su fortuna a un enorme depósito. Billetes y monedas desembocaron sin control en el espacio asignado. Se acercó cuando terminó, contemplando su obra maestra, deleitándose con ella; pero no predijo todo.

Sigilosos y por detrás, un grupo de cuatro fornidos hombres enguantados en blanco hicieron que precipitara sobre el depósito, cerrándolo casi instantáneamente en el acto.

 

Ahogado entre monedas y billetes, debilitado por su mala salud no tardó en perder el oxígeno que la avaricia le retiraba poco a poco, hasta que empezó a sentir la llegada a “el dorado”.

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