Para aquellos que se sienten especiales.
Helado de menta y chocolate
“Era primavera, y estábamos en un lugar más extraviado y perdido en la mentira
y el recuerdo de los hombres que la ciudad de Macondo.
Aquel día decidimos ir a un espectáculo de magia en un local nuevo que
habían abierto no hace mucho.
Allí fuimos y nos deleitamos con la capacidad que solo unos pocos saben
manejar con total perfección.
Cuando salimos, el manto oscuro de la noche nos arropaba.
Nos dirigimos con total parsimonia al parque que está cerca de la
rotonda. En el camino me decías entusiasmado lo mucho que te habían impactado
aquellos trucos extraordinarios. Y dabas vueltas alrededor de mí loco de
alegría y preguntándote en voz alta cómo habían podido hacer aquello.
Me miraste suplicante pidiéndome que te contara la verdad de esa
espectacular mascarada, porque eras consciente de que todo impresionismo del
que habíamos sido testigos tenía su secreto.
Me giré y en el momento en el que me disponía a narrarte la verdad
oculta bajo aquellos antifaces, te tapaste los oídos bruscamente con la
finalidad de no escuchar el verdadero truco, y me gritabas con una carita
ingenua que no querías saberlo, que preferías quedarte en la magia de la
inocencia, bajo su cálida y suave colcha.
Sonreía porque me lo había imaginado. Te pregunté que si para
compensarte te apetecía uno de los helados que vendían en el puesto del parque,
que siempre estaba abierto. Al segundo, felizmente me gritaste que por
supuesto.
En el puesto que siempre estaba abierto te compré el único helado que
vendían: el de menta y chocolate.
Adorábamos ese puesto porque nos parecía curioso que solamente
vendieran helados de menta y chocolate. Yo también me compré uno; y continuamos
paseando bajo la oscuridad y la protección de los brotes que empezaban a
florecer de entre las ramas esqueléticas de los árboles.
Volvimos al tema de los magos y la magia. Y te quedaste pensativo
durante unos minutos. Cuando terminaste tu reflexión, mientras dábamos
lametones a nuestro respectivo helado, que nos mezclaba la suave y fría textura
del helado con el aire apenas impregnado de la noche primaveral.
Me dijiste que habías estado pensando en un mago que llevaba una
vistosa máscara roja que le cubría todo el rostro, y que asociabas esa máscara
física con la máscara que esconde la verdad, tanto del truco de los trucos como
de la personalidad de los humanos.
Nos quedamos pensativos sobre
esto: las máscaras que cubren el rostro físico y las máscaras que esconden la
identidad. Es cierto, muy pocas personas se muestran tal y como son la primera
vez que la conoces. Pero, cuando va pasando el tiempo no es que la persona
cambie, sino que se va mostrando tal y como es.
Eso es algo que me pone de los
nervios; ¿por qué los humanos fingimos ser otros cuando de verdad somos de
distinta manera? ¿Qué ganamos con eso? Hay veces que la sociedad discrimina o
margina a aquellos que llevan una máscara física (sí, amigo, me refiero con
esto a uno de los protagonistas que da el nombre al título de la novela más
famosa de Gastón Leroux: “El fantasma de la ópera”. Un libro que personalmente
me encanta y me fascina), sin embargo esa misma gente no se mira un momento al
espejo para observar su verdadero reflejo, para descubrir quiénes son, sino que
si miran y se colocan con todo el esmero cuidado una sutil y casi imperceptible
careta que oculta su personalidad, o se perfuman de tal manera con el fin de
que los demás no perciban sus intenciones, o se maquillan exageradamente hasta
parecer payasos de circo o muñecas peponas.
En fin, después de haberme
escuchado pacientemente y relamiéndote los labios de lo sabroso que está el
helado, (aún te falta mucho para terminártelo, al contrario que yo, que casi lo
acabé) nos despedimos en la rotonda con un caluroso abrazo en una noche
primaveral; riéndonos de las máscaras superficiales que la gente lleva y
poniéndonos de acuerdo en lo curioso que es el puesto que siempre está abierto
y donde solamente venden helados de menta y chocolate.
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