miércoles, 8 de mayo de 2013

Coloquio...Parte I capitulo 2

Para todos aquellos que son obsesivos de las cosas curiosas.

La deshonra de los botones descosidos
“Estoy llegando a la conclusión de que soy obsesivo compulsivo.
Te contaré, mi querido amigo, las razones que me han llevado a deducirlo: cierro continuamente las puertas de todas las habitaciones y de los armarios en cuanto veo que alguna quedó abierta, no soporto una minúscula arruga en las sábanas que cubren mi cama, todos los libros están colocados de tal forma que en cuanto alguien entra en mi cuarto y me los descoloca me doy cuenta enseguida y los vuelvo a poner en su posición inicial, también la punta de los cuchillos al comer la tengo que colocar mirando hacia la derecha… Y cosas por el estilo.
Amigo mío, ¿crees que me he vuelto loco?
Entonces me miras, y yo te miro pensativo, y me sonríes con la sonrisa del gato Risón, y te empiezas a reír muy fuerte, y dices que estar loco no es nada malo, y emocionado te alzas imponente y majestuoso con un brillo infantil  en los ojos y dices, con la mano en el pecho como Napoleón, que todos los genios más maravillosos lo estaban.
Pasado un rato vamos al café de los sofás de rayas azules y nos sentamos.
Mientras pedimos te agachas porque crees que se te ha caído algo.
Lo encuentras: un botón. Uno de los múltiples que llevas con orgullo luciendo en tu chaqueta.
Entonces me enfado porque pienso que ese botón debe de estar en su sitio: entre el botón gordo amarillo y el chiquitito redondo azulado.
Y nos quedamos pensando en el botón, y en la deshonra que deben sentir los botones descosidos, al no poder estar con los demás de su propia especie.  En eso tú me dices que esos botones que se caen son especiales, (yo pienso que al igual que tú, especial, pero me lo guardo para mis adentros) porque cuando alguien va caminando pensando en sus cosas por la calle y de repente se encuentra un botón, lo mirará sorprendido; y durante unos instantes olvidará lo que estaba pensando para preguntarse por qué hay un botón tirado en la cuneta de la acera. Y nos reímos, porque nos imaginamos la cara extrañada de la gente cuando se encuentra un botón.
Y pasan lentamente las horas. Y se pone a llover. Y después de un largo rato deliberando sobre esto, yo saco de uno de mis diversos bolsillos una cajita pequeña blanca. Tú me preguntas que qué es. La abro y dentro hay una finita aguja y unas minúsculas bobinas de hilo. Escojo el negro y te pido que me des la chaqueta y el botón, para cosértelo.
Me miras raro porque no comprendes que tenga eso en mi bolsillo. Te respondo paciente que es por si pasa algo como eso. De nuevo me observas muy atentamente mientras coso el pequeño y morado botón.
Te digo al fijarme en tus ojos curiosos que lo único que se es coser un botón. Tú me dices que ya te lo imaginabas, que lo entendías ahora porque te preguntabas que de dónde sacaba tiempo para aprender a coser.
Te digo con una sonrisa paternal que saber coser un botón es esencial, pero que no me parecía raro que tú no supieras. Esto nunca te ha interesado.
Cuando termino te doy la chaqueta y te la pones. Y al poco tiempo me dices gracioso que soy obsesivo de las cosas curiosas.
Entonces te respondo con una sonrisa y un guiño que solamente soy obsesivo de la deshonra de los botones descosidos.


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