Aplauso a un Réquiem inacabado
Armonía, deliciosa paz y suave tranquilidad,
Ahora tú eres ya tu filosofía, tú sola deidad.
Ves en un banco sentado,
A las palomas comer de tu mano,
Ves como pasa el tiempo,
Pausado, lento…
Pero ya ves allí, no lejos, el horizonte, perfecto…
El atardecer es como ver volar al ave fénix resurgiendo en
un mar de cenizas ásperas, que avanzan cada vez con más fiereza.
Ves como lucha para escapar de ellas, elevándose cada vez
más y más; escabulléndose entre el arco vivaz tricolor que ilumina el asfalto y
que se abre como una puerta de acceso a otro mundo, directo a la jaula del
ocaso; y cruza extendiendo su larga cola su umbral, aleteando majestuoso hacia
el cielo, perdiéndose ya entre el final del día…
Simplemente disfrutar sola de tan acogedor y embriagador
silencio, con la lentitud propia de los copos de nieve al caer en una pacífica
noche invernal, con la sola compañía de quien pasea en una sendero vacío,
únicamente preocupada del paso del tiempo en una realidad aparte o la música de
la danza de las hojas secas que quedan al caer despedazándose en el suelo con
el acompañamiento mecedor de sus ramas consuela de vez en cuando mis oídos.
Continúo mi paseo tranquilo, y cuando salgo de este mundo
casi fantástico me vuelvo a chocar de frente con la realidad ruidosa y
escandalosa:
Coches, aullidos de sirenas que precipitan el ánimo y que
matan el pensamiento, conversaciones varias de todo tipo de bocas, alegres
gritos de los mozos que se divierten columpiándose, el trino de la lucha de dos
pájaros y el monótono pesimismo de una mosca perdida al revolotear cansada en
su existencia.
El cielo comienza a nublarse, tiene ganas de estallar en un
grito que pueda callar a este insoportable ruido. Me decido por regresar a
casa, no quiero ser la cabeza de turco sobre la que recaiga su furia.
Llego, me siento en el sillón que está situado al lado del
amplio ventanal que me suplica su apertura para respirar y me tumbo relajada a
esperar su comienzo.
La lluvia al caer forja una bella melodía de cuya tranquilidad
no me quiero desprender. Tan dulce, tan pacífica, llena mis oídos de tan
armonioso cantar.
Es breve, corta, apenas unos minutos, pero lucha por seguir,
por quedarse, por no abandonar a la seca tierra que la implora desde dentro,
esa tierra que grita a su auxilio bienhechor.
Al final no para tan pronto como quieren, persiste, más
suave y silenciosa que antes, parece que te acaricia con su frescor. Empieza ya
su perfume de tierra recién mojada, pequeñas gotas descansan ya sobre las
hojas.
Silencio.
No se oye ni un murmullo, ni una débil respiración: parece
que el mundo calla para escucharla cantar.
Un trino de un gorrión interrumpe su melodía para alegrase
de la llegada de la tan ansiada lluvia.
Viento fresco que inunda, canto que ya se extingue. Ya quedó
muda. Sus lagrimitas continúan, pero ya son tan finas que apenas se ven.
Ya solo quedan los restos de las ventanas y toldos, contadas
gotitas que componen su conversación íntima rítmica, sin que nadie las pueda
entender.
Ya paró. Y de nuevo regresan los ruidos y la velocidad
desmedida. Y todo vuelve a la normalidad.
Ahora ya todo es paz en mi interior. Me gusta reposar en el
balcón de mi casa, la de aquel pueblo perdido entre los recuerdos y los planos,
chiquitito, de apenas unos vecinos rememorando la juventud que se fue y ahora
solo quedaron las vivencias sabrosas, porque el tiempo todo lo cura y lo malo
ya se olvida.
Aunque pienso que antes todo esto se apreciaba más, ahora
con tanto coche, carreteras, y rascacielos no se ve nada, no se siente a
nuestra primera madre, la natura, que derrama cada vez más sangre por nosotros,
como veíamos en las procesiones a Jesucristo en la cruz, mientras la banda
acompañaba a las mantillas y peinetas…
Y el mundo parece que está al revés, y no lo entiendo; será
porque ya soy vieja y esto me queda grande, y no comprendo esta realidad tan
negra y febril que mata al alma de espanto.
Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor, no lo creo,
pero tampoco afirmo que los futuros cumplan una verdadera mejora, que los que
caminan por la calle son marionetas y autómatas, todos pegados a esos cacharros
que llaman móviles, que lo único que hacen es atontar el cerebro.
Y luego ves como los mozos y mozas desperdician ese tiempo
tan preciado que es su juventud, porque pasa mucho más rápido de lo que creen:
cuando tengo la ocasión de hablar con alguno de sus palabras emana la
prepotencia y un aire de superioridad que jamás había conocido, y me
desconcierta en gran medida esa actitud.
Además ya no se siente el amor como antes, me parece que lo
quieren hacer todo mucho más complejo de lo que verdaderamente es.
Y todo bulle y emana a toda velocidad, no me da tiempo a
poder acostumbrarme al instante eterno, es demasiado rápido, exageradamente
precipitado: todos corren de un lado a otro sin importarles más que ir
corriendo, sin disfrutar de lo que ven y oyen y perciben, y se les escapan
momentos verdaderamente espectaculares, y cuando lleguen a mi edad, ya
avanzada, verán como su vida se les ha escurrido entre los dedos como la arena.
Pero a mí, por otro lado, la edad me permite también saber
apreciar todo más, ir más despacio, caminar, llevar un paso lento, detenerme,
hacer silencios, saber que me importo y con eso me basta.
Soy feliz. No necesito más, pero me entristece ver como se
superponen ahora las solapas de las distintas generaciones futuras. Y ya sé que
queda poco para reunirme con Ella, y la esperaré escuchando solemnemente la
clásica música de las voces doradas que se extinguieron hace siglos.
Me siento totalmente tranquila por una vez, relajada física
y espiritualmente, contemplando un amanecer gris que quedó tras la lluvia, en
la más pacífica soledad, en una soledad conmovedora en la que me embriaga ya el
silencio más puro, en la que me acuna con cuidado y cariño hasta que yazgo en
la paz, la paz infinita…
La vida aún no ha terminado,
pero ya se está bajando el
telón.
El cuerpo ya cede, quedó cansado,
se acerca el fin de esta virtuosa función.
Se oye el aplauso doloroso a un Réquiem inacabado.
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