domingo, 27 de julio de 2014

Fanfic "1984" Parte III: Un nuevo final


   Continuando con el fanfic basado en "1984" de Orwell, yo propongo

Parte III: Un nuevo final.

Suenan suaves golpes en la puerta gris. Dentro de la oficina, O´Brien murmura un “Adelante”. Acceden algunos miembros más de la cúpula del Partido, vestidos de trajes negros como los cuervos, dispuestos a abalanzarse sobre él.
-Buenas tardes. –Dice mientras se levanta y en su cabello se refleja la puesta de Sol.- ¿Qué ocurre? –Uno de los hombres adelanta un paso y contesta.
-Tenemos que hablar con usted. –Comenta con una voz ciertamente terrorífica.- Verá, O´Brien… -Hace una pausa.- A pesar de que hasta este momento ha sido un ejemplo de la voluntad del Gran Hermano nos vemos obligados a reprochar el comportamiento que ha tenido últimamente.
-No entiendo a que se refieren...
 -A lo “bien” que trata usted a ciertos... presos, O‘Brien. -Un sudor frío bajo de puntillas por el cuello de O‘Brien, quien siguió aparentando su cortante seriedad.
   
-De verdad, señor... No se a que se refiere...
-¿Que le sugiere a usted el nombre de Winston Smith? -No pudo reprimir un ahogado grito que dejo colgado en el aire, aparentando un desconocimiento anormal. No le gustaba mentir a miembros de su cúpula, es mas, lo detestaba y siempre que lo había hecho (dos veces), se arrepentía de ello durante largo tiempo, pero era lo único que podía hacer.
-Señor...
-No se justifique, O‘Brien. Su comportamiento nos ha decepcionado, por ello, para volverle a encaminar al buen sendero del que se ha desviado, es necesario castigarle.
-¡Pero señor, yo!
 -No se preocupe, O‘Brien; dentro de unas horas volverá a ser el mismo, a estar “curado“.
 El asombro y el terror (aquel terror que casi nunca había experimentado) le impidieron defenderse cuando varios hombres lo redujeron, y sollozó en el momento en el que la voz del superior decía tajante:
 -Llevadlo a la habitación 101.
Lo arrojaron como a un perro, la caída le dolió, aunque con resignación se dijo que no debía encararlos, pues seria peor. Mas nada lo preparo para lo que iba a encontrar allí: En el suelo veía una figura cubierta de sangre, con signos de haber sido mutilada y torturada. Habían sido rotas sus prendas, y el tibio manto de la muerte lo cubría con un halo lóbrego.
-Siento que hayamos tenido que hacer esto, O‘Brien. -La voz mecánica del superior lo sustrajo de la sorpresa- Pero recuerda que fue necesario.

    Entonces lo vio. Uno de los hombres movió el cuerpo yaciente, mostrando su rostro. Era Winston.
De nada valió todo lo que había estado creyendo y repitiendo hasta aquel momento, de nada le servio aquella imperturbable frialdad que lo caracterizaba.
Winston estaba muerto. Tirado a sus pies.
-¡¡¡WINSTON!!!
Gritó, gritó como jamás lo había hecho, con palabras y sollozos tintados de odio y rabia, de desesperación, de desconsuelo.
No permitieron que se acercara al cuerpo inerte. Lo agarraron con sobrehumanas tenazas y lo inmovilizaron.
 Seguía llorando, las lágrimas bañaban su traje negro de angustia. Recordaba aquella habitación con un cierto placer, mas ahora solo podía sentir una terrible agonía.
 Winston estaba muerto.
Dos horas después, cuando les pareció suficiente castigo, lo sacaron a rastras, pues estaba a punto de desfallecer. Nada más salir el superior, vestido también de negro, inquirió:
-¿Quién es usted?
-O‘Brien... Miembro del único Partido verdadero...
El hombre sonrió satisfecho. O‘Brien respondía con una voz rasgada, como el sonido que produce una lata de metal al estrellarse.
-¿Qué es lo que más le importa?
-El Partido. Únicamente el Partido y servir con mi mayor diligencia al Gran Hermano. O‘Brien contestaba con el corazón roto.
 -¿Quien es Winston Smith?
-Nadie... Un degenerado que nunca existió...
Pausa. El superior estaba muy contento ante aquella inmediata mejora.
 -Está bien, O‘Brien, puede retirarse. Esta usted “curado” en su totalidad.
Asintió y los guardas le acompañaron a su puesto.

    Cuando llegó a su despacho se dejo caer en la silla y lloró una última vez por su querido Winston.
    Lejos, en un bar, Winston se entretenía jugando con la espuma de su café, ajeno a todo.


    Pasaron las semanas, pocos meses y O‘Brien pendulaba como un muerto viviente, eficiente en todas sus tareas. Apenas hablaba, apenas comía. Su ya terso rostro se resquebrajó, y no volvió a emular una maliciosa sonrisa.

    Una noche le toco hacer guardia ante los monitores. Entonces, mientras atendía a los últimos paseos y sueños de otros miembros, lo vio.
 Estaba como siempre, con su traje azul y bien peinado, con la raya mal hecha.
Era Winston. El mismo Winston a quien le había robado un beso en la cámara de descargas eléctricas, con quien había disfrutado en la habitación 101, el mismo que había visto...Muerto.
    No lo creía, si era una mala broma iba a derrocarla, pero si de verdad era su querido Winston...Aquel a quien tanto le costaba aprender...

     Tomó su abrigo negro y antes de salir le pidió a un compañero:
 -¿Podrías relevarme un rato? He visto un caso que... atentaba contra los ideales del Partido, debo solucionarlo.
-Claro, no te preocupes. Yo me quedo.

   Era la primera vez que corría desesperado y dudaba desde hacia mucho tiempo.
Se precipitó al portal en el que vivía Winston antes de que lo capturaran, y allí le vio, buscando las llaves del portal, despreocupado.
-¡¡WINSTON!! -Por su rostro más envejecido discurrían sin miedo lágrimas de éxtasis. Lo abrazó sin importarle nada, pues estaba vivo.
 -¡O‘Brien! ¡¿Que te ocurre, O‘Brien?! ¡Ten cuidado, podrían estar vigilándonos!

   En aquel momento no le importaba nada de aquello. Solo quería sentir entre sus brazos a su querido Winston, y loco como un adolescente borracho, besó con todas las ansias que llevaba dentro al hombre de traje azul, quien seguía sorprendido por la extravagante conducta de O‘Brien.

   En aquel momento, en el puesto de guardia de monitores, se encontraban dos vigilantes, con la grata compañía de una caja de Donuts.
 -¡Eh, eh, mira esto!
-¿Qué pasa?
-Mira este monitor -Dijo mientras señalaba una pantalla mediana en la que aparecían Winston y O‘Brien besándose.
 -¡¿El de negro es O‘Brien?!
-Parece ser...
-Pero... ¡¿en serio?!
-Ya te dije que tenía mucha pluma. -Respondió en lo que daba un mordisco a un donut rosa entre risas.
-Pero... ¡No está permitido! -El compañero se quedo con medio bollo en la boca, anonadado.
-¡Al cuerno con las reglas! ¡Vamos a dejarlos! ¡Creo que es lo más interesante que vamos a ver!
-Eso es cierto... joder... yo no pensé que tuviera tanta pluma...
-Pues ya ves...
 -Oye...
-Dime...
 -¿Dejamos los infrarrojos cuando apaguen la luz? -Inquirió pícaramente.
-¡Por supuesto! Y trae más capuchino. Esto solo esta muy seco...

   Y, en efecto, Winston y O‘Brien habían subido con dificultad al piso de Winston, golpeándose contra todos los muebles a cada paso mientras O‘Brien desnudaba con ímpetu a Winston, quien le devolvía con más calma caricias en el pelo lacio.
    A trompicones llegaron a la habitación, y apenas entraron, O‘Brien inclinó a Winston hasta que quedaron sobre la colcha de la cama.
-Espera, espera...
Winston se levanto e intento alejarse de las manos sedientas de placer de O‘Brien. Cerró la puerta y las cortinas, descorrió las sabanas y segundos después quedaba bajo aquel que había sido siempre su guardián.
   Tanteando apago la luz y se rindió a los mordiscos apasionantes y a los besos que le cortaban la respiración.

    En la sala de vigilancia los guardas habían conectado los infrarrojos y los movimientos desenfrenados de la pareja no tenían escapatoria para su ojo.
-Ahora es cuando empieza lo bueno. -Sostuvo uno mientras sorbía de su café.-Ni una palabra de esto. Y enfoca mejor la imagen, se les ve borroso. Por cierto, pásame un azucarillo, anda.
-Está bien... Será una noche interesante...
     En aquel dormitorio los enamorados se reían como chiquillos amigos de toda una vida. Volvían a estar juntos, y les daba todo igual.
   No había Gran Hermano para ellos, ni Partido, ni amenazas, ni más lecciones, ni habitaciones 101...

   
Eran solo ellos. Y, en el fondo, siempre habían sido solo ellos: Winston y O‘Brien.



viernes, 25 de julio de 2014

Fanfic "1984". Parte II: La habitación 101



     Siguiendo la continuación de las servilletas hoy subo la segunda parte del fanfic basado en la novela de Orwell, "1984".

    Espero que os guste.

¡AVISO! : Apto solo para los que conozcan la historia :)


Parte II: La habitación 101.



   "-¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡ A mí no! ¡A Julia! No me importa lo que le hagas a ella. Desgárrale la cara , desconyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia! ¡A mí, no!"
(...)
Todo estaba negro.
Winston se negaba a abrir los ojos, en su memoria se arrojaban como espectros millones y billones de ratas. En el último momento la jaula se había abierto y aquellos seres infernales arremetieron contra él.
    Dientes puntiagudos que se frotaban unos con otros, garras que descargaban su fiera fuerza contra su rostro…
Su rostros… Una cárcel, unas patas ásperas y rabos serpenteantes correteando y pisándolo hasta hacerle enloquecer.
Su garganta estaba magullada por aquel caminar indeciso e hiriente que circulaba por su piel hace apenas unos segundos…
Segundos… Para él acababa de pasar una eternidad entre estertores e hipos horribles.
    En su mente flotaba como lejana una sombra, ahora no sabía recordar bien de quien.

    Quería abrir los ojos, se decía en su interior que todo había formado parte de la pesadilla más horripilante que había tenido jamás.
Entreabrió los párpados.
También le dolían.
Veía algo blanco y pensó que estaba en su celda, confirmándose así mismo de que todo había sido un mero mal sueño.

    Respiraba más aliviado cuando percibió algo que parecía corretear por su pecho, de un lado a otro, sin detenerse, muy veloz.
Un solo pensamiento se apoderó de él mientras gritaba desconsolado:
-¡¡LAS RATAS!! ¡¡OTRA VEZ NO!! ¡¡LAS RATAS!!
Cuanto más gritaba y bregaba por moverse un ápice (que instantes después mutó en la más absoluta parálisis), más sentía aquella cosa en su piel.

    Creyó por lo que experimentaba que era una sola rata, un solo ser repugnante, aquel animal que tanto temor levantaba en él.
Gritó hasta que no pudo más, preferiría desmayarse, preferiría morir antes de que aquel bicharraco siguiera acampando a sus anchas por su pecho.

    Fue entonces, cuando más cerca estaba de regresar al estado de coma que tanto ansiaba, justo entonces, cuando vio como una sombra se abalanzaba sobre su rostro, libre de la reja que lo protegía.
Estuvo a punto de desvanecerse en el momento en el que observó los ojos maliciosamente sonrientes de O´Brien.
-Hola, Winston, ¿has aprendido de una vez?
No sabía si morderle, si cerrar los ojos, sin insultarle si… odiarle.
Sintió de nuevo aquella piel áspera deslizarse por su cuerpo, mientras atendía con ojos muy abiertos a la expresión de O´Brien.

    Tragó como pudo y el del traje negro dijo con voz dulce como la parte suave del estropajo:
-Tranquilízate, Winston, soy yo.
Y descubrió que, en efecto, la última “rata” que creía que se movía por su pecho eran los dedos gruesos de O´Brien.
-¿Es más agradable que las ratas, verdad, Winston? –Su voz era hipnótica, pendular.
Sin embargo, la sola mención del vocablo “rata” revivió en el desdichado Winston los horrores a los que había sido sometido, y de nuevo estalló en exclamaciones de angustia y cólera.
    O´Brien, con toda la tranquilidad del mundo, retiró el extravagante casco que cubría a Winston, además de quitarle, con gran placer, la bata semi-azul que restaba apenas de su uniforme de preso.
Seguía dando alaridos cuando O´Brien depositó con cuidado una toalla mojada en su frente, lo que le hizo abrir los ojos instantáneamente los párpados al pensar que eran los húmedos hocicos de las ratas.
Solo vio a O´Brien. Y supo que había sido él quien lo había conducido a aquella martirizante sala, a la habitación 101.
    No evitó que su ira se desparramase sobre la figura de O´Brien.
-¡Cabrón! ¡Capullo! ¡Hijo de…!
O´Brien lo calló con un dedo en los labios.
-Lo siento, mi querido Winston, pero era necesario… Ya sabes que te cuesta mucho aprender…
-¡¿QUÉ ME CUESTA APRENDER?! ¡No me jodas, O´Brien! ¡Malnacido! ¡Ojalá te murieses, cabrón!
-Winston, cálmate, fue necesario…
-¡¡Déjame, no me toques!!
O´Brien se apartó con rapidez de Winston, quien estaba totalmente fuera de sí y por poco no le acertó una dentellada.
-Winston… Si no paras me veré forzado a…
-¡¿A qué?! ¡¿A tirarme más bestias de aquellas?! –O´Brien dudó.
-Sí. –Un silencio pétreo se condensó en la habitación 101.
-Eres un cabrón.
O´Brien se levantó resignado, suspirando. Una punzada lo hacía sentirse culpable pero, ¿culpable de qué? Él había respondido con impecable eficiencia las reglas y el protocolo a seguir, sin embargo, cuando escuchaba a Winston vociferando y despotricando contra él un gran malestar se enquistaba en su cuerpo.

    Cerró la puerta con varios candados más y se cercioró de su aislamiento. Apagó los múltiples ojos del Gran Hermano que cuidaban de cada centímetro de la habitación 101. Abrió los brazos y anunció:
-Winston, estamos tú y yo, solos. Absolutamente solos, ¿sabes lo que eso significa?
Añadió con cierta sugerencia, intentando mermar la rabia de su condenado.
-Sí… -Acentuó él.- ¿Qué me puedes torturar con más libertad? –Repuso decaído.
-¡Eres un imbécil!
Sabía, y desde que comenzó a soltar cada ejemplar sobre el cuerpo de Winston, que lo que quería escuchar era una disculpa, pues le había herido en lo más doloroso para él, en lo que más ponzoñaba su mente.

   Pero no era capaz, en el fondo presentía que estaba faltando a su deber con Winston mas, ¿qué deber tenía con aquel sujeto que se había confiado a él aún a pesar de la traición, de la tortura y de la mentira?
Se estaba volviendo loco.

    No lo soportó más, se zafó de su abrigo y se colocó como un lobo dispuesto a desgarrar a su presa sobre el aterrado Winston, quien tembló ante aquellos dientes torcidos en una sonrisa satánica:
-O´Brien…
-No tengas miedo, Winston, no habrá más ratas, ni más dolor…-El hipnótico trance de su voz mecía como en medio de una ensoñación  al desdichado, y aunque conocía que se iba a retorcer de dolor al momento en el que sintiera sus manos, merecería la pena.
    Antes de volver a ser el guardián de su sombra, su único castigador y verdugo, bajo la atenta mirada del Gran Hermano.

    Comenzó con unas caricias suaves, aflojando las ataduras que sostenían a Winston, deteniéndose en cada línea, en cada vena que palpitaba. La silla en la que había estado aferrado el torturado se tumbaba hasta tomar el aspecto de una camilla.
Subió al cuello con la boca y Winston comenzó a gritar, confuso.
Solo cuando sus lenguas se unían el silencio volvía a tener el cetro en aquel imperio.

    Siempre era O´Brien el que dominaba, el que organizaba cada caricia y cómo debía estar dispuesta, cuánto tenía durar, etc.
Su siseante lengua jugó en la tensa entrepierna de Winston, mientras poco después O´Brien ostentaba solo unos pantalones negros de su mono a medio caer, seducido por los gritos de su querido Winston.

    Unas gafas reposaban sobre la gamuza verde.
La sala estaba negra.



jueves, 24 de julio de 2014

Fanfic de "1984" Parte I: La silla eléctrica



"Pues podrías escribir algo sobre "1984", de Orwell..."
Así comenzó todo.
    Minutos después estaba enfrascada escribiendo en unas servilletas de papel de un café XD (es muy cómodo, por cierto).
Con este fanfic, producto de la más absoluta locura, pretendo comunicarle a George Orwell no una parodia brutal y estúpida, sino un juego nacido de su falta de especificación en "ciertos temas" relativos a su obra.


     Espero que no se revuelva demasiado en su tumba...

Con todo mi cariño para George Orwell, que no se desvió mucho cuando escribió "1984" de la realidad actual.

¡AVISO!: PUEDE TENER CONTENIDO DAÑINO PARA LA SENSIBILIDAD DE ALGUNAS PERSONAS 
SOLO APTO PARA INDIVIDUOS QUE SE HAYAN LEÍDO EL LIBRO. (Sino no se enterarán de nada).

Parte 1: La silla eléctrica.

    Cuando los tormentos parecían haber concluido de aquel aparato eléctrico infernal, Winston se encontró con las ataduras ya aflojadas y el rostro terso y satisfactorio de O´Brien, quien lo miraba intensamente.
A su izquierda vio Winston que el hombre de la bata blanca preparaba una inyección.
O´Brien miró a Winston sonriente. Se ajustó las gafas como en los buenos tiempos.
-¿Recuerdas haber escrito en tu diario que no importaba que yo fuera amigo o enemigo, puesto que yo era por lo menos una persona que te comprendía y con quien podías hablar? tenías razón. Me gusta hablar contigo. Tu mentalidad atrae a la mía. Se parece a la mía excepto en que está enferma. Antes de que acabemos esta sesión puedes hacerme algunas preguntas si quieres.
-¿La pregunta que quiera?
-Sí. Cualquiera. -Vio que los ojos de Winston se fijaban en la esfera graduada.- Ahora no funciona. ¿Cuál es tu primera pregunta? -El hombre de bata blanca desapareció ante el gesto de O´Brien. Winston continuó.
-¿Qué habéis hecho con Julia?
O´Brien volvió a sonreír.
-Te traicionó, Winston. Inmediatamente y sin reservas. Pocas veces he visto a alguien que se nos haya entregado tan pronto. Apenas la reconocerías si la vieras, Toda su rebeldía, sus engaños, sus locuras, su suciedad mental...todo eso ha desaparecido de ella como si lo hubiera quemado, Fue una conversión perfecta, un caso para ponerlo en los libros de texto.
-¿La habéis torturado?
o´Brien no contestó.
-A ver, la pregunta siguiente.
-¿Existe el Gran Hermano?
-Claro que existe. El Partido existe. El Gran Hermano es la encarnación del Partido.
-¿Existe en el mismo sentido en que yo existo?
-Tú no existes.
 (...)
    Winston yacía silencioso. Respiraba un poco más rápidamente. Todavía no había hecho la pregunta que le preocupaba desde un principio. Tenía que preguntarlo, pero su lengua se resistía a pronunciar las palabras. O´Brien parecía divertido. Hasta sus gafas parecían brillar irónicamente.
Winston pensó de pronto. "Sabe perfectamente lo que le voy a preguntar". Y entonces le fue fácil decir:
-¿Qué hay en la habitación 101?
    La expresión del rostro de O´Brien no cambió. Respondió:
-Sabes muy bien lo que hay en la habitación 101, Winston. Todo el mundo sabe lo que hay en la habitación 101. -Levantó un dedo mientras añadía.- Bueno, Winston, se te acabó el tiempo, ya es hora de que… -Pero el torturado cortó su frase.
-¡O´Brien, por favor, contéstame a una última pregunta! –O´Brien pudo leer casi en su totalidad los ojos entre atemorizados y suplicantes de Winston, siempre lo hacía, aunque había un candor extraño que lo desconcertaba.
-Está bien. Dime, Winston, ¿qué es lo que quieres saber sobre mí?
-Primero quiero que te acerques –Contestó al instante.- Me duele el cuerpo demasiado como para moverme…
-No juegues, Winston, sabes que te conozco…
-¡Solo un poco!
O´Brien aceptó la encarnizada petición de Winston, y poco después sus rostros quedaban apenas separados por veinte centímetros.
-Dime, Winston, ¿qué quieres saber?
-O´Brien…-Sus palabras se volvieron un susurro, por lo que el fornido y exasperado hombre se vio obligado a aproximarse más.-Tú…-Notando que era el momento de todo o nada se decidió a formular aquella pregunta- ¿Sientes por mí lo mismo que yo siento por ti?

  O´Brien, un hombre cuyos pilares estaban bien fijos, no supo qué contestar, ni cómo reaccionar ante aquella inquisición, pues en aquel momento se debatía entre su deber y lo que desconocía que pensaba.
¿Sentía algo por Winston? Pero, ¿qué era aquello sino el producto de un arduo trabajo, un espécimen del que él mismo se sentía responsable de modelar, de encaminar por la buena senda del Partido?
    Su mente se quedó en blanco.

   Winston, haciendo un terrible esfuerzo, bregando por caerse desplomado sobre la camilla, se incorporó hasta que sus labios (aún agitados por la traumática experiencia) tocaron los de O´Brien, que se habían quedado entreabiertos por la sorpresa.

   Estaba a punto de tocar su paladar cuando O´Brien lo apartó con todo el cuidado que pudo, recordando el dolor que persistía en el cuerpo del procesado.
-No, Winston, esto no está bien… Esto no puede pasar… O por lo menos así no…
Y, olvidándose parcialmente del Partido y de todas sus órdenes, arrasó contra la boca de Winston, quien ya empezaba a echar a perder todas sus esperanzas.
   No sabía cómo controlar, cómo conducir aquella explosión tifónica que lo dejaba sin aire.
Quería descansar, pero O´Brien sabía que ahora volvía a tener el poder que ostentaba sobre él, y no iba a desaprovecharlo.
    Sus manos atenazaron la espalda herida de Winston, quien en medio de aquel incontrolable beso se retorcía de dolor.

    No supo si volvió a desmayarse o fue presa de aquel ataque de pasión hasta que perdió el sentido.

   
Cuando sus ojos se abrieron encontró a O´Brien sentando a un lado de la camilla.
La cabeza le daba vueltas y creyó que desfallecería de nuevo cuando O´Brien replicó con una pícara sonrisa:
-Nunca aprenderás, Winston.