viernes, 25 de julio de 2014

Fanfic "1984". Parte II: La habitación 101



     Siguiendo la continuación de las servilletas hoy subo la segunda parte del fanfic basado en la novela de Orwell, "1984".

    Espero que os guste.

¡AVISO! : Apto solo para los que conozcan la historia :)


Parte II: La habitación 101.



   "-¡Házselo a Julia! ¡Házselo a Julia! ¡ A mí no! ¡A Julia! No me importa lo que le hagas a ella. Desgárrale la cara , desconyúntale los huesos. ¡Pero a mí, no! ¡A Julia! ¡A mí, no!"
(...)
Todo estaba negro.
Winston se negaba a abrir los ojos, en su memoria se arrojaban como espectros millones y billones de ratas. En el último momento la jaula se había abierto y aquellos seres infernales arremetieron contra él.
    Dientes puntiagudos que se frotaban unos con otros, garras que descargaban su fiera fuerza contra su rostro…
Su rostros… Una cárcel, unas patas ásperas y rabos serpenteantes correteando y pisándolo hasta hacerle enloquecer.
Su garganta estaba magullada por aquel caminar indeciso e hiriente que circulaba por su piel hace apenas unos segundos…
Segundos… Para él acababa de pasar una eternidad entre estertores e hipos horribles.
    En su mente flotaba como lejana una sombra, ahora no sabía recordar bien de quien.

    Quería abrir los ojos, se decía en su interior que todo había formado parte de la pesadilla más horripilante que había tenido jamás.
Entreabrió los párpados.
También le dolían.
Veía algo blanco y pensó que estaba en su celda, confirmándose así mismo de que todo había sido un mero mal sueño.

    Respiraba más aliviado cuando percibió algo que parecía corretear por su pecho, de un lado a otro, sin detenerse, muy veloz.
Un solo pensamiento se apoderó de él mientras gritaba desconsolado:
-¡¡LAS RATAS!! ¡¡OTRA VEZ NO!! ¡¡LAS RATAS!!
Cuanto más gritaba y bregaba por moverse un ápice (que instantes después mutó en la más absoluta parálisis), más sentía aquella cosa en su piel.

    Creyó por lo que experimentaba que era una sola rata, un solo ser repugnante, aquel animal que tanto temor levantaba en él.
Gritó hasta que no pudo más, preferiría desmayarse, preferiría morir antes de que aquel bicharraco siguiera acampando a sus anchas por su pecho.

    Fue entonces, cuando más cerca estaba de regresar al estado de coma que tanto ansiaba, justo entonces, cuando vio como una sombra se abalanzaba sobre su rostro, libre de la reja que lo protegía.
Estuvo a punto de desvanecerse en el momento en el que observó los ojos maliciosamente sonrientes de O´Brien.
-Hola, Winston, ¿has aprendido de una vez?
No sabía si morderle, si cerrar los ojos, sin insultarle si… odiarle.
Sintió de nuevo aquella piel áspera deslizarse por su cuerpo, mientras atendía con ojos muy abiertos a la expresión de O´Brien.

    Tragó como pudo y el del traje negro dijo con voz dulce como la parte suave del estropajo:
-Tranquilízate, Winston, soy yo.
Y descubrió que, en efecto, la última “rata” que creía que se movía por su pecho eran los dedos gruesos de O´Brien.
-¿Es más agradable que las ratas, verdad, Winston? –Su voz era hipnótica, pendular.
Sin embargo, la sola mención del vocablo “rata” revivió en el desdichado Winston los horrores a los que había sido sometido, y de nuevo estalló en exclamaciones de angustia y cólera.
    O´Brien, con toda la tranquilidad del mundo, retiró el extravagante casco que cubría a Winston, además de quitarle, con gran placer, la bata semi-azul que restaba apenas de su uniforme de preso.
Seguía dando alaridos cuando O´Brien depositó con cuidado una toalla mojada en su frente, lo que le hizo abrir los ojos instantáneamente los párpados al pensar que eran los húmedos hocicos de las ratas.
Solo vio a O´Brien. Y supo que había sido él quien lo había conducido a aquella martirizante sala, a la habitación 101.
    No evitó que su ira se desparramase sobre la figura de O´Brien.
-¡Cabrón! ¡Capullo! ¡Hijo de…!
O´Brien lo calló con un dedo en los labios.
-Lo siento, mi querido Winston, pero era necesario… Ya sabes que te cuesta mucho aprender…
-¡¿QUÉ ME CUESTA APRENDER?! ¡No me jodas, O´Brien! ¡Malnacido! ¡Ojalá te murieses, cabrón!
-Winston, cálmate, fue necesario…
-¡¡Déjame, no me toques!!
O´Brien se apartó con rapidez de Winston, quien estaba totalmente fuera de sí y por poco no le acertó una dentellada.
-Winston… Si no paras me veré forzado a…
-¡¿A qué?! ¡¿A tirarme más bestias de aquellas?! –O´Brien dudó.
-Sí. –Un silencio pétreo se condensó en la habitación 101.
-Eres un cabrón.
O´Brien se levantó resignado, suspirando. Una punzada lo hacía sentirse culpable pero, ¿culpable de qué? Él había respondido con impecable eficiencia las reglas y el protocolo a seguir, sin embargo, cuando escuchaba a Winston vociferando y despotricando contra él un gran malestar se enquistaba en su cuerpo.

    Cerró la puerta con varios candados más y se cercioró de su aislamiento. Apagó los múltiples ojos del Gran Hermano que cuidaban de cada centímetro de la habitación 101. Abrió los brazos y anunció:
-Winston, estamos tú y yo, solos. Absolutamente solos, ¿sabes lo que eso significa?
Añadió con cierta sugerencia, intentando mermar la rabia de su condenado.
-Sí… -Acentuó él.- ¿Qué me puedes torturar con más libertad? –Repuso decaído.
-¡Eres un imbécil!
Sabía, y desde que comenzó a soltar cada ejemplar sobre el cuerpo de Winston, que lo que quería escuchar era una disculpa, pues le había herido en lo más doloroso para él, en lo que más ponzoñaba su mente.

   Pero no era capaz, en el fondo presentía que estaba faltando a su deber con Winston mas, ¿qué deber tenía con aquel sujeto que se había confiado a él aún a pesar de la traición, de la tortura y de la mentira?
Se estaba volviendo loco.

    No lo soportó más, se zafó de su abrigo y se colocó como un lobo dispuesto a desgarrar a su presa sobre el aterrado Winston, quien tembló ante aquellos dientes torcidos en una sonrisa satánica:
-O´Brien…
-No tengas miedo, Winston, no habrá más ratas, ni más dolor…-El hipnótico trance de su voz mecía como en medio de una ensoñación  al desdichado, y aunque conocía que se iba a retorcer de dolor al momento en el que sintiera sus manos, merecería la pena.
    Antes de volver a ser el guardián de su sombra, su único castigador y verdugo, bajo la atenta mirada del Gran Hermano.

    Comenzó con unas caricias suaves, aflojando las ataduras que sostenían a Winston, deteniéndose en cada línea, en cada vena que palpitaba. La silla en la que había estado aferrado el torturado se tumbaba hasta tomar el aspecto de una camilla.
Subió al cuello con la boca y Winston comenzó a gritar, confuso.
Solo cuando sus lenguas se unían el silencio volvía a tener el cetro en aquel imperio.

    Siempre era O´Brien el que dominaba, el que organizaba cada caricia y cómo debía estar dispuesta, cuánto tenía durar, etc.
Su siseante lengua jugó en la tensa entrepierna de Winston, mientras poco después O´Brien ostentaba solo unos pantalones negros de su mono a medio caer, seducido por los gritos de su querido Winston.

    Unas gafas reposaban sobre la gamuza verde.
La sala estaba negra.



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