sábado, 13 de septiembre de 2014

Parte VI fanfic 1984: La venganza también se sirve flambeada



Tenía razón mi buena amiga Sarah Smith Walker, y mis agradecimientos a nuestra Afri, que me ha dado muy buenas ideas para este sexto capítulo.
Poco tengo que decir más, no me acusen de nada, échenle las culpas a las dos ya citadas xD


   Pues eso, que la venganza no solo se sirve fría sino...

¡ATENCIÓN! Solo para aquellos que conocen la historia.
¡ATENCIÓN 2! Puede contener trazas de ingrediente no apto para sensibleros y cupcakes. 



Parte VI: La venganza también se sirve flambeada.

-Dame unos minutos, enseguida vuelvo.
    O´Brien desapareció del cuarto que compartía con Winston (la habitación alquilada sobre la tienda del señor Charrington), dejándole arropado con la totalidad del edredón, pues el frío aprovechaba cualquier rendija para colarse.
    Se incorpora para dar un trago a un suculento café (no el desapetecible sucedáneo que estaba obligado a consumir por las mañanas, sino del excelente al alcance del Partido Interior) para calentarse y se percata de que el maletín de piel oscura de O´Brien ha quedado semi-abierto sobre una silla.
Sin darse tiempo a cortar su curiosidad se levanta y lo abre con cuidado. ¡Cuál es su sorpresa cuando encuentra el que fue su Diario!
Perplejo lo toma entre sus manos, asegurándose de que, en efecto, es SU DIARIO.
Pero lo que realmente consigue asombrarlo son sendos posits que indican distintas páginas, frases subrayadas, marcadores que señalan algo concreto y notas escritas a mano en un letra muy cuadrada y ortopédica, que Winston identifica de inmediato con la de O´Brien.

    Mientras curiosea éstas con gran interés la puerta se abre y O´Brien accede, sorprendiendo a su querido Winston con el susodicho libro.
-¿Que haces hurgando en MIS cosas? –Exclama enfadado. Winston le mira y sin amedrentarse responde.
 -Pues creo que esto NO es precisamente TUYO. –Dice con cierta ironía.
 -Déjalo. Fue necesario que lo leyera... tú ya sabes porqué... –La voz de O´Brien se pierde.
-¡¿Por trabajo?! –Asiente.- Pues esto no suena muy “profesional”.-Sin previo aviso abre una página al azar (aquella en la que Winston escribe que tras volver a encontrarse con O´Brien durante aquellos efímeros Dos Minutos de Odio y mirarse, es consciente de que no importa si éste es amigo o enemigo, mas una persona en la que puede confiar y que le comprende), leyendo las notas a tinta negra de O´Brien con voz de broma.-
  “Yo también le he vuelto a ver. Bueno, en realidad fui a buscarle. No tendría que estar por esa zona, pero no me fue difícil pasar por allí para poder verlo aunque fuera un momento. Y a pesar de que sabía que no era correcto, no he podido evitar mirar, aunque fuera por un instante, sus ojos. Y se por su mirada que confía totalmente en mi.
A veces pienso que me da pena traicionarle…”

    O´Brien comienza a perder la calma, gritándole a Winston que le devuelva el libro, pero éste se ríe y salta de la cama, defendiéndose del nervioso hombre que intenta atraparlo.
-¡Déjame leer otra! –Dice zafándose de él.- Esto es demasiado divertido. Y sin dejarle añadir nada más comienza con su tono despreocupado, justo encima de las líneas en las que confesaba que escribía ese Diario para O´Brien.- “Sabía que le importaba.
    Lo que no sabía era que le importara tanto. Ahora que sé lo que siente no sé si seré capaz de cumplir con mi deber, a pesar de que sea por su bien. –Winston pierde su tono gracioso para serenarse. Antes de leer en voz alta frena y traga, como si no creyera lo que está escrito.- Por un momento he pensado en dejarlo todo por él, irme con él y vivir como proles, ajenos a todo. –Ambos se han quedado mudos y petrificados. O´Brien resignado y con la cabeza gacha, retirándose las gafas con su característico gesto. Winston se deja caer sobre la cama, pues cada palabra que tartamudea ahora produce en él un efecto devastador, como si esas sílabas no pertenecieran al hombre al que ama.
Toma valor, respira con profundidad y se aventura a terminar las líneas, cada vez más oscuras.- Sé que simplemente pensar esto es un crimental, pero yo ya no soy yo...”
     Winston mira con la boca abierta y las cuencas desorbitadas a O´Brien, quien fuma a gran velocidad un escueto cigarro, y cuya mirada está oculta tras el brillo de sus cristales.
Opta por seguir con la lectura, llegando al punto en el que afirma que “La libertad es poder decir que dos y dos son cuatro. Una vez conseguido esto y resto vendrá solo”.
   Sin embargo, si instantes antes había creído en una transformación vertiginosa en O´Brien, lo que dice ahora le devuelve a su miembro del Partido Interior, recto y cortante.
-“¡¡¡¿Pero que crimental es este?!!! Retiro lo dicho anteriormente... WINSTON TIENE QUE APRENDER. Y seré YO quien le vaya a dar su lección...
   El silencio opresivo baña la habitación hasta sumergirla en un estado incómodo.
Winston está a punto de decir algo cuando la puerta se abre inesperadamente y aparece Charrington, alarmado por el ruido.
-¡Ah, O´Brien! –Dice casi con falsa sorpresa.- Pensé que ya te habías ido.
O´Brien de un zarpazo arranca el diario a Winston, quien tiembla como una hoja de papel.
-No te preocupes, camarada. Ya me iba. -Y al pasar al lado de Winston (que seguía en estado de shock) le susurra con su clásico estilo didáctico y amenazador. -Nos veremos, Winston. Nos veremos....
Y sale por la puerta, dejando a Charrington y a  su querido Winston paralizados, pues es tal el estruendo de la puerta al cerrarse que el cuadro que ocultaba la telepantalla se sacude atemorizado.

    En la memoria de Winston sigue repitiéndose aquellas dos palabras
Nos veremos…
   Sabe que O´Brien se vengará por conocer aquella parte suya más sensible, y su rabia le enquista un profundo miedo…



    Al día siguiente no recibió el característico mensaje de O´Brien y pasó acongojado toda la mañana en la oficina, mirando a las musarañas (a las musarañas no, porque en 1984 no quedaban musarañas), mirando a los paneles gris claro que encalaban las paredes, contándolos hasta perderse por cinco veces. Estaba preocupado. ¿Qué se había propuesto O´Brien?

   Regresó a su casa y nada supo de él.
El miércoles tampoco dio señas.
El jueves pasó desapercibo.
Una semana después Winston se desesperaba. Creía que O´Brien tras aquella discusión y burla no volvería a aquella habitación…
Sin embargo algo en su interior le decía que su protección no le iba a fallar nunca, y é se intentaba aferrar a esta creencia pero… ¡Una semana! ¡Siete días! La cabeza le iba a explotar y su corazón no podría recoger los pedazos por estar asfixiado en un rincón.

  Entonces se le vino a la mente una idea… Otro diario… Sí, otro diario…
Necesitaba poner nombre a lo que bullía en su alto y delgado cuerpo.
Esperó impacientemente a salir de la oficina y a ponerse en búsqueda de un nuevo cuaderno.
No le fue difícil encontrarlo, justo en la misma tienda de la primera vez.

    Cuando regresó a su piso una punzada se le enquistó en las piernas, pues sabía que la mera posesión de aquel conjunto de hojas recicladas y tapas duras podría llevarle a la ruina… Aquello le recordaba tantas cosas…
Pero ya nadie se preocupaba de lo que hacía, salvo O´Brien.
¿Dónde estaba O´Brien? Necesitaba conversar con él, y no era consciente de lo obligatorio que se había vuelto para él transmitirle lo que pululaba por su cabeza, sabiendo que le comprendería…
No lo pensó más y empezó a escribir palabras, una tras otra, bastante juntas y con poco sentido, pues no encontraba el término exacto en neolengua para lo que quería decir.
    La telepantalla hacia más ameno el ambiente con una musiquilla minimalista mientras su fibra azul cambiaba a las 2:24…


 
    Una semana. Se había propuesto alejarse de él durante un período de 168 horas.
O´Brien fumaba nervioso el quinto cigarro de la tarde, con las gafas empañadas por el humo.
Pensaba en el día anterior en el que, movido por un ansia de rebeldía estúpida y sin fundamento, se había dejado meter la lengua por otro miembro del Partido Interior.

    Suspiraba por no deprimirse más. Había sido lo más patético que había hecho en su vida, sin lugar a dudas.
Conocía perfectamente a toda la cúpula del Partido y sabía que la mayor parte se había estudiado al dedillo el cuerpo de la otra mitad. Repugnante.
Movía al cabeza en señal de negación y de sus labios expiraban nubes oscuras que se esparcían a su alrededor.
    No había traicionado a Winston.
Aquello no podía llamarse traición. Ni siquiera había esperado a cerrar los ojos y le faltó un manotazo para arrojar al suelo a aquel robusto “camarada”.
Se había largado de la reunión sin unirse a la orgía alcohólica que cerraba el acto.
Se desesperaba.
Vio su maletín de reojo e intentó esbozar una maliciosa sonrisa: mañana completaría su venganza…


   Por fin la tan deseada nota llegó al escritorio de Winston.
Escueta, directa y encriptada como siempre.
Winston suspiró aliviado, aunque su alivio se cortó cuando imaginó lo que aquella noche le esperaría: típica bronca larguísima y enojosa de O´Brien.
Si había algo que más aburrimiento le producía hasta querer que le sangrasen las pestañas por evitar tal tortura era O´Brien con su discurso excesivamente didáctico y lento.
Pero al menos le vería. Había que buscarle la parte positiva.
 
    El anticuado reloj analógico dio las ocho y tres de la tarde cuando O´Brien abrió la puerta.
Iba con su aire característico de maestro cansado de repetir y repetir la misma lección a un alumno que no entiende.
Winston se paró en seco. Por un lado quería pedirle perdón, darse un abrazo e irse a dormir. Por otro quería suplir la falta de tantos días…

    Pero apenas pudieron saludarse cuando se escuchó un sonido hueco, como el de una caja pesada cuando se deposita en el suelo.
O´Brien abrió la puerta asegurándose de que no estaba Charrington y vio un paquete envuelto en papel marrón.
Con el forro típico de un mensaje importante del partido descubrió el destinatario del mismo: Winston Smith.
Winston salió con disimulo y al ver su nombre inscrito se decidió a abrir la caja, bajo los consejos de O´Brien de abstenerse y muchas sílabas de Winston no quería escuchar, pues aquella sorpresa le había agradado mucho más el día.

   O´Brien murmuraba indicaciones cuando escuchó a Winston gritar tal si lo estuvieran matando. Y bueno, en cierto sentido, para él si que lo estaban matando:
    En una urna de plástico translúcido se oía el chismorreo claro y agudo de aquel bicharraco peludo y de cola larga que tanto temor levantaba en Winston: una rata.
Pero una rata fea, grande y asquerosa.
Menos mal que O´Brien agarró la urna en el momento en el que Winston retrocedía aterrorizada, porque sino el animal habría caído al suelo y hubiera sido todo mucho peor.

   Ante los gritos Charrington subió alarmado, y portando aún la caja (ya cerrada completamente), O´Brien le explicó en pocos segundos lo acontecido, y el dueño de la tienda volvió tranquilo a su puesto.

  Tras sendos minutos intentando tranquilizarlo, O´Brien supo que ese no iba a ser el mejor día para dejar caer su venganza sobre su querido Winston, pues “alguien” lo había hecho en primer lugar.
Desecho de la rata calmó a Winston lo mejor que pudo y un solo nombre salía entrecortado de su aliento:
-Ju-li-a, Julia…
Pues no quedaban dudas acerca del emisario de tan agradable presente.
Alegando mil y unas razones de porqué no debía haber confiado en ella, cuando la luna ovalada coronaba la punta de Londres Winston se quedó dormido en brazos de O´Brien.


   Al día siguiente, a la hora prefijada, Winston esperaba a que Martín abriera la puerta del piso de O´Brien.
Entró y allí estaba, con su cara avejentada y arrugada, cansada, y con su típico gesto colocándose las gafas.
O´Brien le hizo señas para que le acompañase a una habitación en la que no había estado nunca, y Winston se echó a temblar: O´Brien no iba a exceder su demora por ejecutar su venganza.
Un foco brillante le cegó las retinas y perdió el conocimiento durante unos instantes.

    Cuando se despertó se halló sujeto a una silla ligeramente incómoda y con los brazos extendidos con las palmas hacía arriba sobre lo que parecía una tabla.
En ese momento vio a O´Brien diferente a otras veces: sus gafas eran las de siempre (sin aquellos cristales O´Brien no podía ser O´Brien), pero en vez de su mono como la pez vestía una camisa oscura entreabierta y unos pantalones negros sujetados con varios cinturones de distintos tamaños.
Detrás de él había una gran pizarra blanca en la que escrito con tinta azul se leía:

2+2=5

   Miró a O´Brien, quien sostenía una maliciosa sonrisa y una especie de palo de madera rectangular y alargado (una regla que dotaba a O´Brien del aspecto de un maestro de escuela de los años 40) y tragó de pánico cuando dijo cuando con una voz de ligera corte sádica:
-Has sido muy malo, Winston Smith…




    Martín colocaba unas botellas de vino y se pudo leer en sus labios:
-La venganza también se sirve flambeada…



   

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