Tenía razón mi buena amiga Sarah Smith Walker, y mis agradecimientos a nuestra Afri, que me ha dado muy buenas ideas para este sexto capítulo.
Poco tengo que decir más, no me acusen de nada, échenle las culpas a las dos ya citadas xD
Pues eso, que la venganza no solo se sirve fría sino...
¡ATENCIÓN! Solo para aquellos que conocen la historia.
¡ATENCIÓN 2! Puede contener trazas de ingrediente no apto para sensibleros y cupcakes.
Parte VI: La venganza también se sirve flambeada.
-Dame unos minutos, enseguida vuelvo.
O´Brien
desapareció del cuarto que compartía con Winston (la habitación alquilada sobre
la tienda del señor Charrington), dejándole arropado con la totalidad del
edredón, pues el frío aprovechaba cualquier rendija para colarse.
Se incorpora para
dar un trago a un suculento café (no el desapetecible sucedáneo que estaba
obligado a consumir por las mañanas, sino del excelente al alcance del Partido
Interior) para calentarse y se percata de que el maletín de piel oscura de
O´Brien ha quedado semi-abierto sobre una silla.
Sin darse tiempo a cortar su curiosidad se levanta y lo abre
con cuidado. ¡Cuál es su sorpresa cuando encuentra el que fue su Diario!
Perplejo lo toma entre sus manos, asegurándose de que, en
efecto, es SU DIARIO.
Pero lo que realmente consigue asombrarlo son sendos posits
que indican distintas páginas, frases subrayadas, marcadores que señalan algo
concreto y notas escritas a mano en un letra muy cuadrada y ortopédica, que
Winston identifica de inmediato con la de O´Brien.
Mientras curiosea
éstas con gran interés la puerta se abre y O´Brien accede, sorprendiendo a su
querido Winston con el susodicho libro.
-¿Que haces hurgando en MIS cosas? –Exclama enfadado.
Winston le mira y sin amedrentarse responde.
-Pues creo que esto
NO es precisamente TUYO. –Dice con cierta ironía.
-Déjalo. Fue
necesario que lo leyera... tú ya sabes porqué... –La voz de O´Brien se pierde.
-¡¿Por trabajo?! –Asiente.- Pues esto no suena muy
“profesional”.-Sin previo aviso abre una página al azar (aquella en la que
Winston escribe que tras volver a encontrarse con O´Brien durante aquellos
efímeros Dos Minutos de Odio y mirarse, es consciente de que no importa si éste
es amigo o enemigo, mas una persona en la que puede confiar y que le
comprende), leyendo las notas a tinta negra de O´Brien con voz de broma.-
“Yo
también le he vuelto a ver. Bueno, en realidad fui a buscarle. No tendría que
estar por esa zona, pero no me fue difícil pasar por allí para poder verlo
aunque fuera un momento. Y a pesar de que sabía que no era correcto, no he
podido evitar mirar, aunque fuera por un instante, sus ojos. Y se por su mirada
que confía totalmente en mi.
A veces pienso que me
da pena traicionarle…”
O´Brien comienza a
perder la calma, gritándole a Winston que le devuelva el libro, pero éste se
ríe y salta de la cama, defendiéndose del nervioso hombre que intenta
atraparlo.
-¡Déjame leer otra! –Dice zafándose de él.- Esto es
demasiado divertido. Y sin dejarle añadir nada más comienza con su tono
despreocupado, justo encima de las líneas en las que confesaba que escribía ese
Diario para O´Brien.- “Sabía que le
importaba.
Lo que no sabía era que le importara tanto.
Ahora que sé lo que siente no sé si seré capaz de cumplir con mi deber, a pesar
de que sea por su bien. –Winston pierde su tono gracioso para
serenarse. Antes de leer en voz alta frena y traga, como si no creyera lo que
está escrito.- Por un momento he pensado en dejarlo
todo por él, irme con él y vivir como proles, ajenos
a todo. –Ambos se han quedado mudos y petrificados. O´Brien
resignado y con la cabeza gacha, retirándose las gafas con su característico
gesto. Winston se deja caer sobre la cama, pues cada palabra que tartamudea
ahora produce en él un efecto devastador, como si esas sílabas no pertenecieran
al hombre al que ama.
Toma valor, respira con profundidad y se aventura a terminar
las líneas, cada vez más oscuras.- Sé que simplemente pensar
esto es un crimental, pero yo ya no soy yo...”
Winston mira con la boca
abierta y las cuencas desorbitadas a O´Brien, quien fuma a gran velocidad un
escueto cigarro, y cuya mirada está oculta tras el brillo de sus cristales.
Opta por seguir con la lectura, llegando al punto en el que
afirma que “La libertad es poder decir
que dos y dos son cuatro. Una vez conseguido esto y resto vendrá solo”.
Sin embargo, si
instantes antes había creído en una transformación vertiginosa en O´Brien, lo
que dice ahora le devuelve a su miembro del Partido Interior, recto y cortante.
-“¡¡¡¿Pero que crimental
es este?!!! Retiro lo dicho anteriormente... WINSTON TIENE QUE APRENDER.
Y seré YO quien le vaya a dar su lección...
El silencio
opresivo baña la habitación hasta sumergirla en un estado incómodo.
Winston está a punto de decir algo cuando la puerta se abre
inesperadamente y aparece Charrington, alarmado por el ruido.
-¡Ah, O´Brien! –Dice casi con falsa sorpresa.- Pensé que ya
te habías ido.
O´Brien de un zarpazo arranca el diario a Winston, quien
tiembla como una hoja de papel.
-No te preocupes, camarada. Ya me iba. -Y al pasar al lado
de Winston (que seguía en estado de shock) le susurra con su clásico estilo
didáctico y amenazador. -Nos veremos, Winston. Nos veremos....
Y sale por la puerta, dejando a Charrington y a su querido Winston paralizados, pues es tal
el estruendo de la puerta al cerrarse que el cuadro que ocultaba la
telepantalla se sacude atemorizado.
En la memoria de
Winston sigue repitiéndose aquellas dos palabras
Nos veremos…
Sabe que O´Brien se
vengará por conocer aquella parte suya más sensible, y su rabia le enquista un
profundo miedo…
Al día siguiente
no recibió el característico mensaje de O´Brien y pasó acongojado toda la
mañana en la oficina, mirando a las musarañas (a las musarañas no, porque en
1984 no quedaban musarañas), mirando a los paneles gris claro que encalaban las
paredes, contándolos hasta perderse por cinco veces. Estaba preocupado. ¿Qué se
había propuesto O´Brien?
Regresó a su casa y
nada supo de él.
El miércoles tampoco dio señas.
El jueves pasó desapercibo.
Una semana después Winston se desesperaba. Creía que O´Brien
tras aquella discusión y burla no volvería a aquella habitación…
Sin embargo algo en su interior le decía que su protección
no le iba a fallar nunca, y é se intentaba aferrar a esta creencia pero… ¡Una
semana! ¡Siete días! La cabeza le iba a explotar y su corazón no podría recoger
los pedazos por estar asfixiado en un rincón.
Entonces se le vino
a la mente una idea… Otro diario… Sí, otro diario…
Necesitaba poner nombre a lo que bullía en su alto y delgado
cuerpo.
Esperó impacientemente a salir de la oficina y a ponerse en
búsqueda de un nuevo cuaderno.
No le fue difícil encontrarlo, justo en la misma tienda de
la primera vez.
Cuando regresó a
su piso una punzada se le enquistó en las piernas, pues sabía que la mera
posesión de aquel conjunto de hojas recicladas y tapas duras podría llevarle a
la ruina… Aquello le recordaba tantas cosas…
Pero ya nadie se preocupaba de lo que hacía, salvo O´Brien.
¿Dónde estaba O´Brien? Necesitaba conversar con él, y no era
consciente de lo obligatorio que se había vuelto para él transmitirle lo que
pululaba por su cabeza, sabiendo que le comprendería…
No lo pensó más y empezó a escribir palabras, una tras otra,
bastante juntas y con poco sentido, pues no encontraba el término exacto en
neolengua para lo que quería decir.
La telepantalla
hacia más ameno el ambiente con una musiquilla minimalista mientras su fibra
azul cambiaba a las 2:24…
Una semana. Se
había propuesto alejarse de él durante un período de 168 horas.
O´Brien fumaba nervioso el quinto cigarro de la tarde, con
las gafas empañadas por el humo.
Pensaba en el día anterior en el que, movido por un ansia de
rebeldía estúpida y sin fundamento, se había dejado meter la lengua por otro
miembro del Partido Interior.
Suspiraba por no
deprimirse más. Había sido lo más patético que había hecho en su vida, sin
lugar a dudas.
Conocía perfectamente a toda la cúpula del Partido y sabía
que la mayor parte se había estudiado al dedillo el cuerpo de la otra mitad.
Repugnante.
Movía al cabeza en señal de negación y de sus labios
expiraban nubes oscuras que se esparcían a su alrededor.
No había
traicionado a Winston.
Aquello no podía llamarse traición. Ni siquiera había
esperado a cerrar los ojos y le faltó un manotazo para arrojar al suelo a aquel
robusto “camarada”.
Se había largado de la reunión sin unirse a la orgía
alcohólica que cerraba el acto.
Se desesperaba.
Vio su maletín de reojo e intentó esbozar una maliciosa
sonrisa: mañana completaría su venganza…
Por fin la tan
deseada nota llegó al escritorio de Winston.
Escueta, directa y encriptada como siempre.
Winston suspiró aliviado, aunque su alivio se cortó cuando
imaginó lo que aquella noche le esperaría: típica bronca larguísima y enojosa
de O´Brien.
Si había algo que más aburrimiento le producía hasta querer
que le sangrasen las pestañas por evitar tal tortura era O´Brien con su
discurso excesivamente didáctico y lento.
Pero al menos le vería. Había que buscarle la parte
positiva.
El anticuado reloj
analógico dio las ocho y tres de la tarde cuando O´Brien abrió la puerta.
Iba con su aire característico de maestro cansado de repetir
y repetir la misma lección a un alumno que no entiende.
Winston se paró en seco. Por un lado quería pedirle perdón,
darse un abrazo e irse a dormir. Por otro quería suplir la falta de tantos
días…
Pero apenas pudieron
saludarse cuando se escuchó un sonido hueco, como el de una caja pesada cuando
se deposita en el suelo.
O´Brien abrió la puerta asegurándose de que no estaba
Charrington y vio un paquete envuelto en papel marrón.
Con el forro típico de un mensaje importante del partido
descubrió el destinatario del mismo: Winston Smith.
Winston salió con disimulo y al ver su nombre inscrito se
decidió a abrir la caja, bajo los consejos de O´Brien de abstenerse y muchas
sílabas de Winston no quería escuchar, pues aquella sorpresa le había agradado
mucho más el día.
O´Brien murmuraba
indicaciones cuando escuchó a Winston gritar tal si lo estuvieran matando. Y
bueno, en cierto sentido, para él si que lo estaban matando:
En una urna de
plástico translúcido se oía el chismorreo claro y agudo de aquel bicharraco
peludo y de cola larga que tanto temor levantaba en Winston: una rata.
Pero una rata fea, grande y asquerosa.
Menos mal que O´Brien agarró la urna en el momento en el que
Winston retrocedía aterrorizada, porque sino el animal habría caído al suelo y
hubiera sido todo mucho peor.
Ante los gritos
Charrington subió alarmado, y portando aún la caja (ya cerrada completamente),
O´Brien le explicó en pocos segundos lo acontecido, y el dueño de la tienda
volvió tranquilo a su puesto.
Tras sendos minutos
intentando tranquilizarlo, O´Brien supo que ese no iba a ser el mejor día para
dejar caer su venganza sobre su querido Winston, pues “alguien” lo había hecho
en primer lugar.
Desecho de la rata calmó a Winston lo mejor que pudo y un
solo nombre salía entrecortado de su aliento:
-Ju-li-a, Julia…
Pues no quedaban dudas acerca del emisario de tan agradable
presente.
Alegando mil y unas razones de porqué no debía haber
confiado en ella, cuando la luna ovalada coronaba la punta de Londres Winston
se quedó dormido en brazos de O´Brien.
Al día siguiente, a
la hora prefijada, Winston esperaba a que Martín abriera la puerta del piso de
O´Brien.
Entró y allí estaba, con su cara avejentada y arrugada,
cansada, y con su típico gesto colocándose las gafas.
O´Brien le hizo señas para que le acompañase a una
habitación en la que no había estado nunca, y Winston se echó a temblar:
O´Brien no iba a exceder su demora por ejecutar su venganza.
Un foco brillante le cegó las retinas y perdió el
conocimiento durante unos instantes.
Cuando se despertó
se halló sujeto a una silla ligeramente incómoda y con los brazos extendidos
con las palmas hacía arriba sobre lo que parecía una tabla.
En ese momento vio a O´Brien diferente a otras veces: sus
gafas eran las de siempre (sin aquellos cristales O´Brien no podía ser
O´Brien), pero en vez de su mono como la pez vestía una camisa oscura
entreabierta y unos pantalones negros sujetados con varios cinturones de
distintos tamaños.
Detrás de él había una gran pizarra blanca en la que escrito
con tinta azul se leía:
2+2=5
Miró a O´Brien, quien sostenía una
maliciosa sonrisa y una especie de palo de madera rectangular y alargado (una
regla que dotaba a O´Brien del aspecto de un maestro de escuela de los años 40)
y tragó de pánico cuando dijo cuando con una voz de ligera corte sádica:
-Has sido muy malo, Winston
Smith…
Martín colocaba unas botellas de vino y se
pudo leer en sus labios:
-La venganza también se sirve
flambeada…