lunes, 30 de noviembre de 2015

Fairytale

Fairytale*

*basado en la canción homónima de Ludovico Einaudi


Me dijeron que me despertase,
que el beso había sonado;
mas preferí quedarme en los brazos musculosos de Morfeo.
El sueño era bello e irrepetible.
Una historia interminable que no quería acabar.

Pero, entonces, un día abrí los ojos.
Todo lo que había conocido se había extinguido.
¿Dónde estaban los juglares? ¿Qué había sido de mis hadas?
Allí estaban mis encantadoras cuidadoras clavadas
en la pared como mariposas.
Frente a mí se abrió un mundo de poca ropa y malas palabras.
Aparatos llenos de luz y clics continuos me acribillaron la testa.
Creí que todo era un sueño, una vulgar pesadilla sin dragón ni Maléfica.

Volví a dormir.

Al cabo de un tiempo, que yo contaba por años,
la oscuridad invadía mis retinas.
Aún sujetaba aquella rosa inmortal,
inmortal como mi lánguida figura postrada.
Conseguí que mis océanos se hicieran
a la mortecina luz.
En eso me vi reflejada en un cristal:
¿Eran aquellos cabellos grises y blancuzcos,
otrohora dorados cual espigas, los míos?
¿Mi rostro era ese que me contemplaba arrugado,
asombrado y asustado al mismo tiempo?
Golpeé con fuerza el vidrio, pero fue inútil.
Traté de averiguar dónde estaba y,
tras muchos reflexionar, vi como
los últimos hilos de plata mutaba al puro espectro;
mientras mis faces se tornaban en una espantosa mueca.
De nada me sirvió la Aurora de mi nombre,
ESTABA BAJO TIERRA.
Vertiendo unas postreras lágrimas,
dejé que la bella durmiente que había sido volviera a conciliar un sueño
del que nunca jamás amanecería.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Divenire

Divenire*




*basado en la canción homónima de Ludovico Einaudi

Esta no es la historia de una enfermedad. Es la historia de un sueño, de una esperanza.
Joshué es un niño como cualquier otro, de apenas tiernos ocho años. Pero tiene una enfermedad, una enfermedad que está acabando con su vida.
Los médicos lo han dado por imposible, por incurable. Por eso Joshué vive en su piso en una ciudad como cualquier otra; mirando a través de su ventana grises los días grises con ojos grises.
Su madre no sabe ya qué hacer. Ha mandado plegarias y ha orado a todos los dioses, mas el pequeño Joshué no se levanta de su cama gris, no se mueve por su habitación gris ni se deja iluminar por un Sol gris.

Un día, un otoño, vino a su casa un hombre, un pintor. Joshué les escuchó hablar, su madre lloraba lágrimas grises que caían sobre el suelo gris. El Pintor entró entró en su cuarto y, entonces, todo cambió para él.
Poco a poco, el artista le mostraba miles de colores entre los que podía elegir. Joshué sonreía, saltaba embargado por la felicidad, y su cuarto se transformó en un arcoiris emburbujeado.

Pero los gramos de arena seguían cayendo a pesar de la fructífera amistad entre Joshué y el Pintor.
Pasó un año, y Joshué era un mero saquito de huesos, pero la sonrisa no se iba de sus labios rotos.

Sin embargo, su amigo le dijo que debía partir. El niño sabía que las Moiras estaban afilando sus cuchillos para dar el corte mortal, y le confesó al Pintor que dejaría de vivir cuando la última hoja del árbol del patio cayera. Su amigo no pudo más que resignarse.
La noche antes de partir con su paleta, perseguido por las fuerzas del orden, abrazó fuertemente a Joshué y le prometió que volverían a verse.

Joshué volvió a verlo todo gris. Todo gris menos el verde árbol que se erigía como un náufrago en un mar de plomo, aferrado contra la pared.
Los días pasaron, Joshué seguía postrado en su cama, los ojos mate fijos en la cristalera. Moría una hoja, caía un día.
Pasó la primavera; en una tirada de dados se pasó el verano. El otoño regresó oscuro, y las hojas abandonaban silenciosas las ramas.
Estaba seguro de que en invierno moriría.

Mas no fue así: había una ramita que conservaba una hoja chiquitina, insensible al aire, al frío y a la tristeza. Los meses se sucedieron y la hojita seguía fiel anclada a su puesto. En aquel momento Joshué decidió aferrarse a la hoja. Luchó por recuperarse. Frente a todo pronóstico, su brillante cabeza recuperaba las ganas de jugar.
No estaba toda la suerte echada.
Para algunos era un milagro, para otros, un gran descubrimiento. Joshué brincaba y abandonó su estado gris y famélico. El verde hinchaba sus pupilas, el Sol que atravesaba los cristales remarcaba su rostro pálido y feliz. Y la hoja seguía allí.

Llegó el día en que abandonó su cuarto. Deseoso de saber cómo había sobrevivido aquel hilo de esperanza bajó al patio. Abrazó al árbol y entonces la vio:
Había una hojita pintada en la pared. Su diseño y color eran tan perfectos que desde la ventana no había podido apreciar el engaño. Supo -sí, lo supo- que aquello había sido el último regalo de su amigo el Pintor.
Ahora comprendía todo. Cayó de rodillas y lloró. Lloró de agradecimiento, de nostalgia y de tristeza, pues sabía que aún pasarían algunos años para que se cumpliera la promesa del Pintor.
Borró el gris de su existencia, y en su lugar abrió el abanico olvidado.

Ha pasado sendo tiempo desde que Joshué se reunió con el Pintor a sus setenta y cuatro años.
Y aquella linda hoja -ya marcada por el tiempo. sigue aún pintada en la pared, regalando como una onda que fluye, viene y divenire llevando a todos los ojos la esperanza.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Experience



Experience*                    


Basado en la canción homónima de Ludovico Einaudi

        Despacio. Poco a poco. Con cuidado, con protección. Silencio. Que no nos oigan, que no se note. Ven, bajo las sábanas estaremos a salvo. Fuera llueve. Las gotas se triplican, la velocidad se incrementa. Ya me tienes dentro, ya no hace falta más. Solo tiempo, tiempo para que me llenes completamente, para escuchar tu latido contra el mío. ¡Más rápido! ¡Más! A veces me hace falta más de uno. Más profundo, más tensión, más...
Haz que contenga la respiración y que no quiera soltarla. Que solo tu entres en mi mundo,  y que el resto del universo nos de igual. Deja que tus brazos me sostengan. Llévame a través del tiempo y del espacio.

         Terminas pronto conmigo, esa sensación de placer y nostalgia se instala en mi pecho. Ha sido increíble. Pero otros vendrán:
Algunos de forma casual, a otros los buscaré. Habrá momentos en los que tenga a dos o tres (o cuatro) en mi cama, o contra la mesa, o esperándome exhaustos entre sus amigos a que vuelva a por ellos, porque saben que nuestro encuentro fue maravilloso y que lo repetiremos.
Soy polígama y no me arrepiento.

        Algunos me llamarán puta por estar con uno distinto cada pocos días. Soy insaciable, qué le vamos a hacer. Me gustan todos:
Ingleses, franceses, españoles, rusos, japoneses... Disfruto casi con cualquier postura (de pie, en la cama, boca arriba, boca abajo, sentada...)
Es una atracción demasiado fuerte. Pero tampoco escojo a cualquiera:
Quiero a uno que me deje un buen sabor de boca, que me marque, que me atrape. Curioso, vanguardista, pero también clásico, elegante, oscuro, provocador. Me gusta dejarme embaucar por algún desconocido, por un amigo de mis amigos; no siempre es fácil encontrar lo que se busca.
Eso si, una vez que me tiene con él, me entrego en cuerpo y alma, no paro hasta que me falte el aliento, hasta que me haya empapado totalmente de él. Y muchos duermen aún conmigo; fieles, silenciosos a las pasiones que levantan otros nuevos y jóvenes en mí.

       Podéis pensar lo que queráis de mí. No miento en ninguna de estas líneas. Todos aquellos que han pasado por mi vida me han aportado mucho, me han enseñado maravillas y ver arder el universo.
Estas palabras son solo un pequeño regalo para todos mis amantes,un álbum de recuerdos de todas esas experiencias.
Muchísimas gracias a todos, muchísimas gracias, LIBROS.