miércoles, 17 de febrero de 2016

Snow(-)Den y los siete escándalos: el teléfono escacharrado



                 Érase una vez un consultor tecnológico estadounidenses llamado Edward Snowden. Edward trabajaba para la CIA, hasta que un día (un bonito día veraniego de 2013), Snowden decidió escaparse de EEUU. El malvado tío Sam había ocultado casos de espionaje donde usurpaba el derecho a la intimidad de los ciudadanos y otros organismos, información que Snowden reveló “traicionando” a su país, pero cobijando la intimidad de las personas.  Algunos de estos programas de investigación que empleó la CIA fueron   PRISM y XKeyscore, programas en los que el mismo Edward había participado para su configuración y que no dudó en mostrar públicamente en dos periódicos ingleses. Desconocemos las verdaderas motivaciones que llevaron a Snowden a poner encima de la mesa dicho contenido, quizás fuera un arrebato de solidaridad con los ciudadanos o compasión por su ignorancia. El Gran Hermano de esta bonita familia, Steve Jobs, le quiso dar unas buenas collejas, pero sin cerrar los ojos, naturalmente.  El pobre de Snowden tuvo que huir y refugiarse bajo el frío ruso (todos saben de la hospitalidad rusa cuando se habla de acoger a heridos por el águila americana). Desde allí calentó los corazones con sus terroríficos hostigamientos al gobierno americano. Y no solo se descubrió el podrido pastel de EEUU, sino que se vio cómo se tenía pinchado el teléfono y correo personal de la archiconocida Angela Merkel, entre otras personalidades. (Lo que quedó en muy segundo plano es que la misma Merkel también tenía el vaso puesto en América y escuchaba de todo por su respectivo cable).









            El caso de Edward nos hace replantearnos muchas cosas: ¿hasta dónde llega el derecho de los gobiernos a conocer información? ¿Dónde acaba el derecho a la intimidad privada? ¿Estamos ante un mundo al más puro estilo de 1984 y no nos hemos dado cuento? ¿Nos tienen tan bien engañados con esta policía silenciosa? ¡Ábranse los peligros de la Red! Ese Mare para nada Nostrum donde los hackers son los nuevos demiurgos y donde el Gobierno ve atravesado su magnífico globo aerostático henchido de secretos por los dardos agudos y punzantes que disparan desde las sombras grupos como Anonymus o el ya mencionado Snowden.
¿Acaso tiene derecho el Gobierno a controlar nuestra información para protegernos? La “Libertad es la esclavitud”, rezaba uno de los lemas del libro más famoso de George Orwell. ¿Estamos dispuestos a vender  nuestra libertad por “seguridad”?

Estamos ante un hombre que ahora es consejero primero de Putin, ¿dónde quedaron aquellos espías de las películas? Un buen ejemplo de ello está en Leon Theremin ((del que podéis leer mi biografía ficticia en el blog de Steampunk Madrid: steampunkmadrid.blogspot.com.es )) ¿Puede que el mismo Edward esté jugando a dos bandas?  Y abierta queda la veda a una nueva cuestión: ¿Es un delincuente o un héroe? En este mismo instante está escondiéndose como un criminal pero, ¿qué pasaría si saliese de su madriguera? Se le echarían encima, ¿no debería tratarse de la defensa de la libertad de expresión?


¿Deberíamos ser todos un poco Snowden y no callar contra todo? Deberíamos, desde mi punto de vista. Hay que ser críticos, hay que dudar de todo, la duda nos hace libre. Y hay que luchar contra el ciberespionaje, pues en un mundo digitalizado donde toda nuestra vida está colgada en la nube, donde todas nuestras conversaciones se desarrollan en las redes sociales, no estamos a salvo. Ni a salvo del gobierno ni de esos grupos que lo hacen sangrar, porque si para ellos es tan fácil pasar los increíbles protocolos de seguridad de entes tan importantes como la web de la Policía Nacional, ¿cómo no va a resultarles sencillo ver nuestras conversaciones? No es tan fácil protegerse pero… ¿protegerse? ¿Acaso la gente quiere proteger su intimidad cuando cuelgan todo su día a día en Facebook para que lo vea todo el mundo?


Luego está el problema del derecho al olvido: nuestro rastro en Internet es imborrable, y eso se aprovecha demasiado bien. Todo lo que digamos y hagamos tendrá consecuencias.
Otra manera de espiarnos es a través de los electrodomésticos conectados a la red. De eso queda constancia en los numerosos casos de padres que quieren espiar a sus hijos a través de juguetes como estos preciosos peluchitos o esta Barbie Hello! Pero esos datos acaban en la red, esos padres se juegan la intimidad de sus hijos por el mero hecho de querer privarlos de su libre acción. 




Y así, los secretos y las verdades germinarán de la tierra digital abonada con clicks y motores de búsqueda, dejando la puerta abierta (o al menos con posibilidad de forzarla) a salir de esa espiral controladora y ese filo fino entre libertad y seguridad.
Recordad: EL GRAN HERMANO EEUU OS VIGILA

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