Érase una vez un
consultor tecnológico estadounidenses llamado Edward Snowden. Edward trabajaba
para la CIA, hasta que un día (un bonito día veraniego de 2013), Snowden
decidió escaparse de EEUU. El malvado tío Sam había ocultado casos de espionaje
donde usurpaba el derecho a la intimidad de los ciudadanos y otros organismos,
información que Snowden reveló “traicionando” a su país, pero cobijando la
intimidad de las personas. Algunos de
estos programas de investigación que empleó la CIA fueron PRISM y XKeyscore, programas en los que el mismo Edward había participado para
su configuración y que no dudó en mostrar públicamente en dos periódicos
ingleses. Desconocemos las verdaderas motivaciones que llevaron a Snowden a
poner encima de la mesa dicho contenido, quizás fuera un arrebato de
solidaridad con los ciudadanos o compasión por su ignorancia. El Gran Hermano
de esta bonita familia, Steve Jobs, le quiso dar unas buenas collejas, pero sin
cerrar los ojos, naturalmente. El pobre de Snowden tuvo que
huir y refugiarse bajo el frío ruso (todos saben de la hospitalidad rusa cuando
se habla de acoger a heridos por el águila americana). Desde allí calentó los
corazones con sus terroríficos hostigamientos al gobierno americano. Y no solo
se descubrió el podrido pastel de EEUU, sino que se vio cómo se tenía pinchado
el teléfono y correo personal de la archiconocida Angela Merkel, entre otras
personalidades. (Lo que quedó en muy segundo plano es que la misma Merkel
también tenía el vaso puesto en América y escuchaba de todo por su respectivo
cable).
El caso de Edward
nos hace replantearnos muchas cosas: ¿hasta dónde llega el derecho de los
gobiernos a conocer información? ¿Dónde acaba el derecho a la intimidad
privada? ¿Estamos ante un mundo al más puro estilo de 1984 y no nos hemos dado cuento? ¿Nos tienen tan bien engañados con
esta policía silenciosa? ¡Ábranse los peligros de la Red! Ese Mare para nada Nostrum donde los hackers son los nuevos demiurgos y donde el
Gobierno ve atravesado su magnífico globo aerostático henchido de secretos por
los dardos agudos y punzantes que disparan desde las sombras grupos como
Anonymus o el ya mencionado Snowden.
¿Acaso tiene
derecho el Gobierno a controlar nuestra información para protegernos? La “Libertad es la esclavitud”, rezaba uno de los
lemas del libro más famoso de George Orwell. ¿Estamos dispuestos a vender nuestra libertad por “seguridad”?
Estamos ante un
hombre que ahora es consejero primero de Putin, ¿dónde quedaron aquellos espías
de las películas? Un buen ejemplo de ello está en Leon Theremin ((del que
podéis leer mi biografía ficticia en el blog de Steampunk Madrid: steampunkmadrid.blogspot.com.es
)) ¿Puede que el mismo Edward esté jugando a dos bandas? Y abierta queda la veda a una nueva cuestión:
¿Es un delincuente o un héroe? En este mismo instante está escondiéndose como
un criminal pero, ¿qué pasaría si saliese de su madriguera? Se le echarían encima,
¿no debería tratarse de la defensa de la libertad de expresión?
¿Deberíamos ser
todos un poco Snowden y no callar contra todo? Deberíamos, desde mi punto de
vista. Hay que ser críticos, hay que dudar de todo, la duda nos hace libre. Y
hay que luchar contra el ciberespionaje, pues en un mundo digitalizado donde
toda nuestra vida está colgada en la nube, donde todas nuestras conversaciones
se desarrollan en las redes sociales, no estamos a salvo. Ni a salvo del gobierno
ni de esos grupos que lo hacen sangrar, porque si para ellos es tan fácil pasar
los increíbles protocolos de seguridad de entes tan importantes como la web de
la Policía Nacional, ¿cómo no va a resultarles sencillo ver nuestras
conversaciones? No es tan fácil protegerse pero… ¿protegerse? ¿Acaso la gente
quiere proteger su intimidad cuando cuelgan todo su día a día en Facebook para
que lo vea todo el mundo?
Luego está el
problema del derecho al olvido: nuestro rastro en Internet es imborrable, y eso
se aprovecha demasiado bien. Todo lo que digamos y hagamos tendrá
consecuencias.
Otra manera de
espiarnos es a través de los electrodomésticos conectados a la red. De eso
queda constancia en los numerosos casos de padres que quieren espiar a sus
hijos a través de juguetes como estos preciosos peluchitos o esta Barbie Hello!
Pero esos datos acaban en la red, esos padres se juegan la intimidad de sus
hijos por el mero hecho de querer privarlos de su libre acción.
Y así, los secretos
y las verdades germinarán de la tierra digital abonada con clicks y motores de
búsqueda, dejando la puerta abierta (o al menos con posibilidad de forzarla) a
salir de esa espiral controladora y ese filo fino entre libertad y seguridad.
Recordad: EL GRAN
HERMANO EEUU OS VIGILA
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