jueves, 29 de septiembre de 2016

El cordero, la verdad y el cielo




Una agradable melodía embargaba el salón. Apenas alcanzaba a sentirse el murmullo  de las pocas personas que conversaban con forzadas risas. Yo esperaba algo impaciente a que llegara mi entrevistado. Le hice una señal al camarero y rellenó mi copa de aquella ambrosía: absenta perfumada de unas gotas de sangre de kraken. Exquisito.
Entró con paso temeroso. El otrora chiquillo siempre feliz y risueño había mutado la alegría por cierto miedo y nerviosismo. Le hice un gesto y, tropezando, llegó a mí. Su cabello seguía conservando aquel rubio extraído de los campos de centeno. Sus pupilas estaban  coloreadas del infinito más perdido. Vestía la casaca larga aguamarina y roja de dorados botones con la que el aviador le había conocido en aquella ocasión. Ese joven que parecía nunca crecer era el Principito. Tomó asiento junto a mí y me estrechó la mano:
-Disculpe mi retraso, señor Guile…
-No se preocupe, mmm…
-Llámame Principito, por favor. Y tutéame.
-Está bien, Principito. –Me coloqué un falso mechón, mojé la pluma y encendí la grabadora- He venido aquí no para insultarle ni amenazarle para que me diga lo que la prensa quiere oír; sino para que me cuente qué pasó realmente. Qué ha ocurrido para que el Principito haya aparecido en los “Papeles de Panamá” –El chico me contempló sorprendido y aliviado a la vez. Me estrechó las manos entre las suyas y me pareció sentir el nacimiento de unas lágrimas.
-¡Mi queridísimo Guile, no se puedo imaginar el sufrimiento que he pasado! ¡Nadie me cree cuando les digo que todo ha sido un terrible error! ¡Me han engañado! Firmé aquellos papeles sin saber y me han llevado a la ruina… Por favor, señor Guile, ¡ayúdeme! –Ahora lloraba desconsoladamente sobre mis rodillas y pude ver en él lo que de verdad era: un niño solo y asustado.
-Estimado amigo, para poder ayudarte necesito que me detalles todo lo que ha pasado. –El Principito asintió aún lloroso y le tendí un pañuelo para que se enjuagara el rostro.
-Esto comenzó en mi segundo viaje a la Tierra. Echaba mucho de menos a mi amigo el aviador y quise volver a verle. Pero, para mi asombro, el mundo había cambiado… -Una expresión de tristeza se instaló en su semblante- Descubrí que el planeta había cambiado de siglo (al XXI); me contaron la sucesión de aquellas terribles guerras que tanto daño habían hecho y cómo había evolucionado todo a raíz de lo que llamaban “las nuevas tecnologías”. Busqué a mi amigo, peor nadie pudo decirme nada de él. Algunas personas sugirieron que ya debería de estar muerto, pero me negué a creerles. Vagué por varios países descubriendo en ellos más miseria y agonía de la que hubiera podido imaginar. Además, la gente me tachaba de loco, e incluso algunos quisieron llevarme a un asilo… Me arrojaron también dos noches al calabozo por haber cogido una barra de pan. El mundo se había convertido en una quimera de la que quería escapar. Sin embargo, pareció que un día mi suerte iba a cambiar:
Unos hombres (que entonces se me antojaron amables) prometieron llevarme con mi amigo el aviador si les ayudaba en unos asuntos. Supe demasiado tarde que, al no estar registrado o “censado” en este planeta, podía utilizar mi nombre para cometer barbaridades. Fraudes a cargo de un dinero inexistente empezaron a salir bajo mi responsabilidad; responsabilidad que firmé ingenuamente en cientos de documentos dibujando corderos. Se aprovecharon de mi estupidez e inocencia para hacerse más ricos a costa del disgusto de otros. Pero al fin me dieron un billete de ida a una dirección que desconocía, asegurándome que allí encontraría a mi amigo. Yo les creí, por supuesto. Cuando monté en el gigantesco avión en compañía de una caja con mi cordero no me cabía el corazón en el pecho de la emoción. Preguntaba a todos sin conocían a mi buen amigo, les hablé de sus bondades… Mas, ¡cuál fue mi desdicha cuando llegué a Marruecos y la dirección era falsa! Lloré mucho aquella noche acurrucado bajo una palmera.
Sin embargo, una mujer dijo conocer algo sobre mi amigo. Sin pedir nada a cambio me condujo al albor del desierto. Allí vi… ¡Mis ojos no podían creerlo! ¡Era el avión de mi amigo! Con lágrimas en los ojos me lancé a buscarlo. Pero ya no estaba. Solo quedaba el recuerdo de sus gafas y la avioneta. La dulce mujer confesó con el corazón en el puño que hacía ya varias décadas un hombre extraño que viajaba por aquellos cielos sufrió un mortal accidente. Sentí como una parte de mí se quebraba al saber que esa era la tumba de mi amigo…
Pese a la agonía que aquellos nuevos tiempos había traído a mi alma, esa buena mujer sosegó mi marchito espíritu y me demostró que aún existían personas “humanas” en el mundo. Fue algunos días después cunado mi nombre apareció alrededor de todas las pantallas. Quiénes me habían conocido me tachaban de un ser despreciable y sin escrúpulos que, bajo la apariencia del cariñoso Principito, había estafado y creado inmensos paraísos fiscales a lo largo de los continentes. Todos me perseguían. Los medios se me echaron encima era una presa fácil. Creo que solo he pasado tanto miedo cuando temí por mi Rosa. Quería escapar de todo aquello. Nunca supe que los humanos pudieran causar tanto dolor… Algunos periodistas me acusaron de crímenes que no había cometido, como vestir las pieles de mi querido amigo el Zorro, ¡jamás hice nada semejante! ¡Ver esa imagen de un zorro cortado por la espalda colgando sin su bello pelaje me parte el alma!
¡Por todo esto tienes que ayudarme, Guile! He salido corriendo y huí de todo… -Respiró profundamente, yo no sabía cómo consolarlo- Esa misma noche tomé el primer viaje vagabundo en Meteorito para volver a mi asteroide. Mi Rosa estaba muy preocupada. Yo lloraba sin saber qué  hacer. Esperé con el sueño de que se olvidaran de todo, pero compañeros taxistas de otros meteoritos me advirtieron del peligro que corría si volvía. ¡Nunca podré agradecérselo! Aunque anhelaba regresar a la Tierra, soñé que atacaban ese último recuerdo de mi aviador, era el único trocito que quedaba de él…
Decidido, tomé otro meteorito que me trajese de nuevo, ¡pocos saben la buena labor que hacen! Y en un abrir y cerrar de ojos amanecí en esta época más pasada, de vapores y faldas largas con palabras bonitas. A través de las rosas decidí ponerme en contacto contigo, Guile, pues insistieron en que tú podrías ser la única persona capaz de deshacer este desastre… Por eso acudo a ti.
            El Principito acabó su historia con aquella mirada eterna y perdida de la infancia nunca extraviada que en su momento conquistó al aviador. Apagué la grabadora y dejé la pluma en el tintero. Le hice un gesto al camarero para pagar y me levanté. Me calé el sombrero y le tendí una mano firme al Principito.
-Soy un viajero del tiempo. Te prometo que haré que tu verdad aparezca en los medios para desmentir las acusaciones. Puede que el Principito “esté en los Papeles de Panamá”, pero dejaré bien claro quiénes son los verdaderos mafiosos de este asunto. –Antes de que pudiera decir algo, le interrumpí- No tienes porqué darme las gracias –Bajé el ala ocultando el rostro a la clara luz del mediodía- Es mi trabajo –Y, sonriendo antes de desaparecer en un meteorito cercano, le dije- Por cierto, creo que te está esperando alguien.
Resultado de imagen de el principito y el aviador en el desierto            Con un sigilo magnífico había aterrizado una pequeña avioneta roja a pocos metros de nosotros. El Principito me miró de hito en hito y gritó de felicidad al ver que se acercaba un hombre con gorro y gafas de aviador que le invitaba a ir a buscarlo con los brazos abiertos. Mientras le indicaba al taxista el año y la dirección le escuché decir:
-Principito, tu cordero te ha echado de menos…